Esta audición ha tenido su origen en la situación que recientemente se ha creado entre algunos países hermanos. Han saltado las primeras brisas belicosas creadas por manipuladores inconscientes, lerdos e interesados que han alarmado a las auténticas personas de bien, provocando las primeras reacciones al verse, éstas, sacadas de su cotidiana paz. Quiero mandarles un mensaje de fortaleza para que no se dejen engañar por gentes que no han aprendido nada de la historia del hombre y que juegan con el sosiego y la vida ajenos. Espero y deseo que todo quede en una experiencia enriquecedora de hermanamiento y encuentren la música común que los une, como ocurrió en la más atroz de las batallas.
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Durante la Nochevieja, la disciplina en el revitalizado 62 Ejército se relajó y, a lo largo de la orilla, los oficiales soviéticos de elevada graduación organizaron una serie de reuniones en honor de los actores, músicos y bailarinas que visitaban Stalingrado para entretener a las tropas. Uno de estos artistas, el violinista Boris Goldstein, se alejó y se dirigió a las trincheras para llevar a cabo otro de sus conciertos de solista para los soldados.
En toda la guerra, Goldstein nunca había visto un campo de batalla parecido a Stalingrado: una ciudad tan terriblemente destruida por las bombas y la artillería, con montones de esqueletos de centenares de caballos descarnados por el hambriento enemigo. Y como siempre, también aquí se encontraban los siniestros policías de la NKVD rusa, que permanecían entre la línea del frente y el Volga, comprobando la documentación de los soldados y disparando contra los sospechosos de deserción.
El horrible campo de batalla conmovió a
Goldstein y tocó como nunca lo había hecho antes, horas y horas, para: unos hombres que, obviamente, amaban su música. Y, aunque todas las obras alemanas habían sido prohibidas por el Gobierno soviético,
Goldstein dudaba de que ningún comisario protestase durante aquella noche. Las melodías interpretadas por él fueron dirigidas mediante altavoces hacia las trincheras alemanas y, de repente, cesó el tiroteo. En el espectral silencio, la música surgía del inclinado arco de violín de Goldstein.
Cuando acabó, un gran silencio cayó sobre los soldados rusos. Desde otro altavoz, situado en territorio alemán, una voz rompió el hechizo.
En un vacilante ruso rogó:
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Toquen algo más de Bach. No dispararemos.Goldstein volvió a tomar su violín y empezó a tocar
una viva Gavotte de Bach.
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(del libro Stalingrado de William Craig)